2.27.2006

Te haces uno con todo ©

Por Israel Pintor
Crónica de una noche
Caminas por la ciudad, abres aún más los ojos pues se apaga la luz con calma, cierras un segundo los ojos y por fin oscuro está. Levantas la cabeza al cielo y miras la luna, blanca, brillante. Curiosamente todo está despejado, vez las estrellas. Regresa el recuerdo único con la lejanía de hace ya una semana. Extrañas cargar un corazón sin heridas.

Tú, un ser de aire, ligero, te lleva la fuerza del viento, te haces uno con todo, mezcla hermosa. Los pasos se funden en la acera, caminas sobre las calles de Zona Rosa, a contracorriente superas miradas de hielo, pequeños roces corporales y obstáculos de pobreza. No hace frío, tampoco calor. El tiempo se detiene, te quedas estático, eres de piedra. El viento mueve tu cabello, volteas a cualquier dirección y no hay más luz natural, sólo la luz neón que sale de cada foco prendido, lastiman las pupilas en colores rojos, amarillos, blancos, azules y verdes.

Llegas a Amberes, allí está Safari; después de un recorrido corto en distancia, pero largo en tiempo, postras los pies justo de frente a tu destino. Dos titanes cuidan celosos la entrada, uno pequeño y aparentemente indefenso, al otro le brilla el rostro y observa con ojos de advertencia. Un diálogo sin palabras y después abren el paso, el titán pequeño se interpone en el camino, con cautela sensual revisa cada sitio en el que puedes tal vez, esconder un tesoro perdido.

Un pasillo en acenso, escaleras. -Nunca podrás conmigo-, dice en tono retador el alma del escalón último. Sin prisas ni esfuerzos agotadores le pisas el alma al retador y, allí está el paraíso de un sádico, el refugio de un destechado, el jardín de un niño indefenso y el hogar del casanova; te sientes invencible. Planta baja y un piso. En el centro hay relieves metálicos, altar de rituales casi religiosos. Volando está un beso, cualquiera podría hacerlo suyo pero nadie lo toca, no se puede. En la cima está la trinchera del Maestro, desde ahí las ondas sonoras se difunden, te controlan.

Sabes que nunca estarás solo en ese lugar, posiblemente mal acompañado, pero jamás solo. Observas, todos mantienen sigilosos miradas localizadoras. Al ritmo del latido de un corazón se mueven millones de músculos, huele a cerveza fermentada y humo de cigarrillo. Todos hablan, algunos en códigos indescifrables. Ahora eres de fuego; carbonizas todo lo que vez o tocas. Llenas de energía las alforjas que vació la rutina.
Un grito, aplausos parejos. En un minuto se queda todo a oscuras y únicamente vez sombras paralelas. El compás parece interrumpirse, en realidad se uniforma. Una luz blanca ilumina hasta el último rincón, de pie esperan todos. Otra vez al ritmo, el sonido te embeleza, estás en un viaje ultrasónico sin fin, narcótico para los sentidos. En la planta alta, recargado en un balcón frente al Maestro, miras hacia abajo.

Aplauso, un brazo al cielo y otro en el pecho, un pie a la izquierda y el otro a la derecha, vuelta, aplauso, vuelta. Con el más fastidioso estilo en unos y el más alegre paso en otros continúa el ritual: extienden un brazo, inmediatamente el otro le acompaña, los pies llevan el ritmo, de lado y al frente, de lado y al frente. Danza del robot coloreado, le llamas. La uniformidad desaparece por un rato, regresa apenas te distraes.

Renuente permaneciste un tiempo, ahora haz sido infectado, eres absorbido por los vapores del ambiente. Desciendes, parado sobre el relieve metálico puedes sentir la vibración que provocan en manada los danzantes, como si estuvieras a la corriente te cargas de un brío alegre. A nadie le importas y a todos le conciernes. Ignoras lo inignorable, pasa el tiempo y eres ya, consignado como en aparador, el hogar de un casanova. No para de mirarte, no paras de evitarle las miradas hasta que inevitablemente y rendido a la adversidad se la sostienes con ternura. ¡Salud! Te dice en mímica. Levanta el tarro, yergue el pecho y sonríe. Te enciende ¿más que un cigarrillo? Sin remedio regresas a lo tuyo: trasformas el dolor, unes los sentidos a la nada que el instante brinda y curas las heridas.

Entiendes que es hora de partir, la vida te invitó hacia otro lugar. Es lo mejor, te dejas ir. Gritas en silencio, lloras sin derramar una sola lágrima. Sonríes. Las cosas son así: vez, oyes, callas. Continúas curando las herías. Las rodillas te duelen, el calor humano te inunda, sudas y te cansas. Despegas hacia un mundo de sueños locos, pagas treinta pesos por las cuatro cervezas que te bebiste, todo se acabo. Dejas en la mano del casanova un papel al despedirte, le besas la mejilla y das vuelta. Caminas hasta la salida, dejas a los titanes detrás, otra vez eres de aire y tus pasos vuelven a fundirse en la acera. Eres parte de la corriente y en contracorriente te percibes con el rostro viendo al suelo. Sin que tu otro yo se percate le rozas el hombro. Sabes que en ese instante es que te haces uno con todo.
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