12.22.2007
12.16.2007
El crepúsculo de heterolandia, mester de jotería
Por israel Pintor
Realizó una estancia posdoctoral en la Universidad de Montréal. Ha trabajado como profesor de español en la Academia de Versailles; como profesor visitante en Austin College, en Tulane University y en el Instituto Matías Romero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Desde 1983 es profesor-investigador en el Departamento de humanidades de la UAM, Azc. y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Autor, hasta la fecha, de dos estudios sobre la cultura gay en México editados por la UAM.A.
Antonio y yo hemos mantenido contacto virtual desde hace ya algunos años (desde que comencé el Movimiento por la Diversidad Sexual de la UAM-X, aproximadamente) y, hasta hace pocos días, en la entrega de los premios a la investigación 2007 que otorga la UAM –dónde por supuesto Antonio fue uno de los galardonados-, tuve el placer de compartir con él unos momentos personalmente. Ese día hicimos cita para realizar la siguiente entrevista.
En el Liminar de tu más reciente publicación, comentas que el objetivo del libro es documentar el fin de una era y el comienzo de otra… ¿Piensas que las circunstancias históricas que vivimos están marcando el fin de la era heteronormativa y el inicio de la era de la jotería? ¿Por qué jotería, háblanos también de la resignificación que buscas de esta palabra?
Los periodos históricos no son tan marcados: no terminan en un día. La era heteronormativa tendrá larga vida. Yo no anuncio el término de la heteronormatividad para nada: a lo que aludo con “heterolandia” es al ocaso de la institucionalización de la cultura bipolar, de la familia única, de la heterosexualidad como único destino posible y deseable. Cada vez es más fuerte el efecto grotesco de los discursos que sostienen tales posturas: como esa masa de fanáticos en las escaleras de la Asamblea de representantes que coreaban con rostros desencajados el día de la aprobación de las sociedades de convivencia: “Hombre y mujer: eso debe ser”. De lo que hablo es de una actitud diferente, de una determinación por parte de la comunidad LGBT que se ha quitado la mordaza. Ahora la comunidad gay exige derechos en los ámbitos que tradicionalmente se utilizaron para perseguirla. Si antes la medicina patologizó a la homosexualidad; ahora hay un alto número de denuncias contra prácticas médicas estigmatizadoras: por ejemplo que se marquen los expedientes de un paciente con VIH; o que los hospitales nieguen servicios…
Actualmente las estrategias conservadoras constituyen un motivo de preocupación, que no se percibe en la comunidad gay que cree votar en función de intereses de clase sin observar la asociación de los grupos conservadores con la iglesia, institución que está en contra de que el sujeto elija libremente. En la actualidad todo se organiza en términos de cruzada: cruzada contra el narco, cruzada por Tabasco… no hay que preguntarse para cuándo organizan una cruzada contra la comunidad gay: la están haciendo al promover una sola religión, una sola familia, una sola verdad: nadie puede negar la imbecilidad del foxismo; la impunidad promovida desde la corte suprema y el despilfarro de los recursos petroleros utilizados para pagar una burocracia cara, al servicio de una decena de familias (que incrementaron sus fortunas bajo la égida foxista) y que únicamente el ejército vio incrementado su salario notablemente…
2.21.2007
Carta protesta (agresión en la UAM.X durante visita de Roberto Giraldo)
- Lic. en Psicología José Manuel Méndez Tapia, UAM-X
- Mtro. Pedro Humberto Moreno Salazar, UAM-X
- Ma. de los Angeles Garduño Andrade, Coordinadora de la Maestría de Medicina Social, UAM.X
- Dr. Edgar C. Jarillo Soto Coordinador Doctorado en Ciencias en Salud Colectiva, UAM.X
- Norma Lara Flores, UAM.X
- Sara Yaneth Fernández Moreno, Estudiante PhD DCSC UAM-X, Coordinadora Adjunta Red Género y Salud ALAMES, Docente Investigadora Universidad de Antioquia Colombia
- José Arturo Granados C., Profesor Investigador de la Maestría en Medicina Social, UAM-X
- Dra. Oliva López Arellano, Maestría en Medicina Social y Doctorado en Ciencias en Salud Colectiva
- Juan Carlos Vargas Reyes, personal académico UAM-X
- Silvia Tamez González, Profesora de la UAM-X
- Dr. Andres Castuera Ibarra, Médico Sexólogo
- Mtro. Xabier Lizarraga, Director de Antropología Física del INAH
- Yolanda Pineda López, Profesora - Investigadora, UACM
- Movimiento por la Diversidad Sexual de la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco (MDS-UAM.X)
- Jóvenes Gays del Politécnico (JOGAYIPN)
- Gabriel Gutiérrez García, Corresponsal en Canadá de www.eradio.com.mx
- Teatro & SIDA, A.C.
- radiorockola.com
- Josué Quino, Centro de Atención Integral Para Adolescentes y Jóvenes Gays, Lesbianas y Bisexuales de México (CAIPAJ)
- ITZAM´NA, A.C.
- Psic. Olivia Guerrero Figueroa, Vicepresidenta de la Asociación Mexicana para la Salud Sexual A. C. (AMSSAC)
- Atención Legal y Psicológica Integral, A.C. (ALPsI)
- Mtra. Laura Nájera Nava, IMIFAP, A.C.
- Mtro. Kittipong Nasaiya, Ayudante en Asuntos Políticos y Económicos, Embajada de México en Tailandia. Bangkok, Tailandia
- Fernando Pérez Gallardo, Brgadas Médico Epidemiológicas A.C.
- Ismael Marín Ortiz, Comunicación Social, UAM-X
- Israel Pintor Morales, Comunicación Social, UAM-X
- César Torres Cruz, Comunicación Social, UAM-X
- América Sevilla Aguilar, Medicina, UAM-X
- Paulina Reyna Ruiz, Diseño Gráfico, UAM-X
- René Martínez Pérez, Diseño Industrial UAM-X
- Alan Yamil Carranza Hinojosa, Comunicacion Social, UAM-X, Ex dirigente Diversiuam
- M. Georgina Rivas Bocanegra, estudiante de posgrado en el Colegio de la Frontera Sur. San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
- Gustavo Palestina Fernández, Psicología Social, UAM-I
- Miguel Angel Ruiz López, Comunicación Social, UAM-X
- Neftalí Bartol Benítez Efrati, Nutrición, UAM-X
- Ricardo González Foyo, UAM-X
- Madeleine Betzabe Moreno Murguía, Psicología, UAM-X
- Alex Díaz, Comunicación Social, UAM-X 1996,
- Alberto Ramírez González, Psicologia, UAM-X
- Graciela Yescas Linares, Q.F.B., Ex-integrante de Diversiuam
- Levi Christian Bautista Yañez, Medicina, UAM-X
- Deyanira González de León Aguirre, UAM-X
- Salvador Zavaleta Ramírez, Sociología, UAM-X
- Mtro. Renato Marcelo Osses Leyton, Psicología Social, UAM-X
- Jorge Augusto Chávez Vera, Estudiante XII Modulo, Licenciatura en Medicina, UAM-X
- BRENDA DEL ANGEL GLEZ, Psicología Social, UAM-X
- David M. Meléndez Navarro
- Alexis Ramírez Varela, Letras Modernas, UNAM
- Sandra Compean Dardon
Para adherirte tu firma a la carta, manda un correo a free_isra@yahoo.com.mx
Controversia y agresión en la UAM-X por presentación de negacionistas del VIH-SIDA
11.26.2006
Sexualidades Disidentes
Renato Marcelo Osses Leyton
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
Unidad Xochimilco – División de Ciencias Sociales y Humanidades
Maestría en Psicología Social de Grupos e Instituciones
CIUDAD DE MÉXICO, OCTUBRE 2006
Asistimos al momento histórico de la postmodernidad[1], concebida como un continuum de lo moderno que cohabita en Latinoamérica con realidades modernas y premodernas, para mí es el espacio de la urbe ameboide[2] que exterioriza un malestar generalizado ante la cultura y la tecnología, que se caracteriza por una prominencia de lo individual frente a lo grupal, de lo heterogéneo y lo diverso frente a lo uniforme; surgida en el contexto del derrumbe de las utopías y a la luz de la supremacía de un modelo económico globalizante por sobre las ideologías occidentales en pugna durante el siglo XX.
EL DISCURSO DE NUNCA ACABAR
‘Verba manent et movent’
Me interesa aludir al discurso, a ese constructo definitoriamente humano que re-crea realidades. Hemos dicho que entendemos por discurso un conjunto sistémico de ideas sobre la realidad, con un tópico aglutinador, al que las personas adscriben mediante un acto de fe.
Trasladémonos contextualmente a una manifestación del grupo vinculado a la diversidad sexual en donde se plantea un dicurso...
2.- El discurso en funcionamiento
Otra forma de concebir el discurso es atender a cómo se presenta o se manifiesta en lo cotidiano, y a este respecto tomaré dos elementos que estimo conforman un cuerpo y tienen una gravitancia en mi investigación en torno al lenguaje relacionado con la homosexualidad: las palabras en el péndulo ‘discriminación-empoderamiento’.
El tema del discurso discriminatorio está en álgida actualidad, desde la conciencia de los derechos humanos se ha desarrollado todo un análisis en torno a la discriminación, las maneras cómo se re-produce, y las formas para combatirla. Por ejemplo, en México se señala que:
“Si bien es cierto que las personas o grupos que sufren discriminación por su orientación sexual - esto es: gays, lesbianas y bisexuales - padecen en lo general situaciones similares sobre los efectos de la discriminación, también es cierto que cada grupo de los mencionados anteriormente, tiene sus especificidades y por ende, genera su propio discurso en contra de esta discriminación sufrida que se vive todavía en nuestro escenario social mexicano. En el caso de los gays, el fenómeno de la discriminación tiene varias aristas y quizá niveles, la primera arista podría ser desde la infinidad de palabras usadas para expresarse hacia este grupo, y que no reflejan otra cosa más que el grado de intolerancia y de homofobia de las personas que las proliferan; la segunda podría situarse en el mal trato del que son objeto muchos hombres que, por tener o parecer tener una preferencia distinta a la heterosexual, son objeto de burla y de tratos indignos por parte de algunos servidores públicos…”[10]
Eribon ha revisado el mecanismo del lenguaje discriminatorio como sello constitutivo de la personalidad homosexual, señalando que “en el principio hay la injuria, la que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social. ‘Sucio marica’…’sucia tortillera’…no son simples palabras emitidas casualmente, son agresiones verbales que dejan huella en la conciencia, son traumatismos más o menos violentos que se experimentan en el instante, pero que se inscriben en la memoria y en el cuerpo, porque la timidez, el malestar, la vergüenza son actitudes corporales producidas por la hostilidad del mundo exterior. Y una de las consecuencias de la injuria es moldear las relaciones con los demás y con el mundo. Y, por lo tanto, perfilar la personalidad, la subjetividad, el ser mismo del individuo (…).
El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal. El insulto es pues un veredicto, una sentencia casi definitiva y con la que habrá que vivir. Un gay aprende su diferencia merced al choque de la injuria y sus efectos, el principal de los cuales es sin duda percatarse de esta asimetría fundamental que instaura el acto de lenguaje: descubro que soy una persona de la cual se puede decir esto o aquello(…), la ‘nominación’ produce una toma de conciencia de uno mismo como ‘otro’ que los demás transforman en ’ objeto’ (...). La injuria es por tanto, apresamiento y desposesión.
El que lanza el ultraje me hace saber que tiene poder sobre mí, que estoy a su merced. Y ese poder es, en principio el de herirme. El de estampar en mi conciencia esa herida e inscribir la vergüenza en lo más profundo de mi espíritu. Esta conciencia herida y avergonzada de sí misma se convierte en un elemento constitutivo de mi personalidad”[11].
Hablamos entonces del poder constitutivo del lenguaje, de su efecto caracterizador en la personalidad; en un sentido similar Judith Butler, “inspirada en los análisis de Michel Foucault y Jacques Derrida, plantea (…) la idea de performatividad: la identidad sexual no es algo natural o dado, sino el resultado de prácticas discursivas y teatrales de género; el género en sí mismo es una ficción cultural, un efecto preformativo de actos reiterados, sin un original ni una esencia”[12]
El discurso discriminatorio podría moldear, entonces, al individuo, ser performativo, no por una característica exclusiva de él, sino en virtud de los efectos ilocucionarios y perlocucionarios del lenguaje, tal como los distinguió Austin al indicar que “los primeros son los actos de habla que, cuando dicen algo hacen lo que dicen, mientras que los segundos son actos de habla que producen ciertos efectos como consecuencia, al decir algo se derivan ciertos efectos. El acto de habla ilocucionario es él mismo el hecho que efectúa; mientras que el perlocucionario solamente produce ciertos efectos que no son lo mismos que el acto de habla”[13]
El lenguaje nominativo injurioso tiene de ilocucionario el ser declarativo, al sustantivar un adjetivo: ‘puto, joto, lilo, puñal, maricón’ nos re-crea como un tipo humano abyecto; en tanto que ‘el rubor, la vergüenza, el miedo, la ira, la confusión’ cumplen con el efecto perlocucionario.
Los efectos del lenguaje discriminatorio se sustentan en que la nominación es una condensación sociohistórica del lenguaje, “un acto de habla no es un evento momentáneo, sino un cierto tipo de red de horizontes temporales, una condensación de iterabilidad que excede el momento que da lugar”[14], esto es, cada vez que se produce el insulto se pone en acción la visión social depositada en la palabra. En este sentido la injuria siempre es contextual, y por ello cuando se es extranjero en la tierra se tiene ‘cierta inmunidad’ frente al término desconocido. Sin embargo, no sólo es la palabra la que produce afección, es el gesto, el tono, la elocución, ‘el acto de habla en función total’, como diría Austin, el que nos resulta amenazante porque tiene el poder de ‘des-colocarnos’, de interrumpir nuestro devenir cotidiano para dejarnos por unos momentos suspendidos, extraviados, sin saber qué hacer; tarda la mente y el cuerpo en recuperarse de un insulto, sobre todo cuando éste es percibido por primera vez.
Otro aspecto es que la efectividad de la injuria depende de lo que Butler ha llamado ‘poder soberano’: “para que la amenaza funcione se requieren de ciertas circunstancias, así como de un campo de poder a través del cual se puedan materializar sus efectos preformativos”[15] . El injuriante se inviste de poder, asentado en la visión social, para proferir su discurso amenazante, pero este poder debe ser reconocido por el injuriado, pues de lo contrario se pierden los efectos. Es el injuriado, el receptor del discurso, quien valida el efecto perlocucionario; por ello alguien puede sentirse afectado por el discurso de un otro que no ha pretendido ofender, e incluso, se puede recibir un insulto y revertirlo como un elemento desencadenante de poder, proceso vinculado al empoderamiento.
No olvidemos, además, la relación que merced al lenguaje se produce entre el plano psíquico-afectivo y el físico-corporal: “afirmar que el lenguaje ‘hace daño’, que ‘las palabras hieren’ es combinar los vocabularios lingüísticos y los físicos”[16], y nos puede llevar al debate que se ha suscitado en el plano legislativo penal en torno a considerar el acto de habla como ‘una conducta’, de la que el ciudadano debe hacerse responsable. Con todo, nos interesa la perspectiva psicosociolingüística del fenómeno, y encuentro en el planteamiento de Julia Kristeva una hipótesis que da cuenta de esta singular relación; ella amplía la noción de Saussure sobre el signo lingüístico estableciendo que preferentemente el lenguaje verbal contiene tres tipos de representaciones: “ las representaciones de palabra (análogas al significante en la lingüística), las representaciones de cosa (análogas al significado), que denomina simbólicas, y un tercer tipo de representación: las representaciones de afectos, inscripciones psíquicas móviles, sometidas a las operaciones de condensación y desplazamiento del proceso primario descrito por Freud, que denomina semióticas en sentido estricto.” Kristeva señala que su conceptualización “permite comprender cómo la palabra lógica, apuntalada por representaciones infralingúísticas, puede alcanzar el registro físico. Propone un modelo de lo humano, en el cual el lenguaje no está separado del cuerpo sino, por el contrario, donde el ‘verbo’ siempre puede afectarlo para bien o para mal”[17]
En la vida habitual de un joven homosexual universitario, los actos de habla podrían considerar: la interrelación con su grupo de pares, la comunicación en el contexto académico, la interacción con la familia y otros contextos sociales funcionales. En general, no se ha apreciado una diferencia sustantiva en la competencia semántica del lenguaje de estudiantes heterosexuales u homosexuales, homogeneizándose muchas veces en la ‘chavolalia’ a través de palabras del grupo etáreo, como pueden ser: ‘banda’, ‘mi jefe/a’, ‘cámara’, ‘wey’, etc. No obstante, hay un espacio característico propio que se produce en la interacción con otros jóvenes gays, caracterizado por un argot que va desde la verbalización en un contexto plenamente gay, como puede ser ‘el joteo’ o ‘el perreo’ – competencia sociolingüística-, pasando por la informalidad de la conversación entre pares gays, el lenguaje inscrito sobre una superficie para ‘el ligue’, la interacción en el chat gay, hasta la máxima expresión de la competencia somatolálica que enmudece las palabras en el ligue del metro, del baño sauna o en la casita de placer[18].
Una antítesis pendular del ‘lenguaje discriminatorio’ es el ‘lenguaje de empoderamiento’, posibilitado merced a que las reglas que estructuran la significación y que generan la posición del sujeto homosexual a través de la injuria son las mismas que permiten la subversión. Una de las fortalezas que nos otorga la ‘nominación’ es que nos da existencia, constituye un reconocimiento del otro y una ‘posibilidad de ser’. En este contexto un nombre sustantivo es mucho más poderoso que una frase nominal, puesto que la segunda se ocupa muchas veces como un eufemismo del primero, esto es, si decir: ‘maricón, joto, tereso, viado, fleto, hueco, puñal’ resultan términos socialmente tabúes en cuanto a significante y significado, el recurrir a ‘le gusta la cáscara amarga, se le hace agua la canoa, come arroz con popote, le gustan las patitas de chancho’ suaviza la significación, pero suelen ser formas lingüísticas inoperantes para el efecto de empoderar un término.
Mediante el ‘lenguaje de empoderamiento’ efectúo un proceso para revertir la injuria apropiándome de los términos ofensivos y resignificándolos, o creando otros nuevos con los que me identifique preferentemente y universalizándolos. Un ejemplo del primer caso podría ser el término ‘joto/a’ - surgido en la cárcel de Lecumberrie en donde agrupaban a las personas homosexuales en la celda ‘J’ – y del que ha derivado el término festivo ‘jotear’, como una actividad entretenida mediante la cual ‘puedo ser como soy’, ocupado en su derivación por una conocida tienda llamada ‘joterías’, es decir, mercado donde hay cosas para jotas. Y como segundo ejemplo está el ya clásico término ‘Gay’, universalizado y adoptado como término político y de lucha: ILGA Internacional Lesbian Gay Association, cafeterías Bgay Bproud, Reflexiones sobre la cuestión gay, etc.
Según Armand de Fluvia “el término ‘gay’ es un adjetivo de origen provenzal, que pasó al catalán: gai, al francés: gai, y de éste al inglés: gay, al castellano: gayo, al galaico portugués: gaio, y al italiano: gaio. Tiene diferentes significados: alegre, divertido, festivo, simpático, ufano, satisfecho, jovial, jocundo, contento, brillante, bien vestido, atractivo, fresco, disoluto, inmoral, calavera, de vida festiva o disipada, impertinente, prostituto, etc. Además en los países anglosajones se aplica esta palabra, como sustantivo, a los homosexuales”.[19] De este modo, vemos cómo la ‘comunidad de ambiente’ adopta un término con connotaciones mayoritariamente positivas – reemplazando al clínico ‘homosexual’ y al religioso-legal ‘sodomita’ - para autodenominarse tan sólo hace unas tres décadas, lo que evidencia a la vez un proceso de visibilización y de subjetividades emergentes.
Podemos considerar como una manifestación de lenguaje de empoderamiento el ‘outing closet o salida del clóset’, el reconocer y decir-se: ‘soy gay’, es un acto de habla declarativo trascendente que tiene efectos ilocucionarios y perlocucionarios para la persona. Mc Donald define la salida del armario como “un proceso de desarrollo a través del cual las personas gays o lesbianas se dan cuanta de sus preferencias afectivas y sexuales, y escogen integrar este conocimiento a sus vidas personales y sociales. Salir del clóset involucra adoptar una identidad no tradicional, reestructurar el concepto propio, reorganizar el sentido personal de la historia y alterar las relaciones propias, con otros y con la sociedad; todo esto refleja una serie compleja de transformaciones cognitivas y afectivas, al igual que cambios del comportamiento”[20]
Por su parte, Signorile establece una serie de pasos o etapas vividas durante la salida del clóset, muchas de las cuales se evidencian como actos discursivos:
1.- Identificación personal o autoreconocimiento de la orientación sexual.
2.- Reconocer la aversión hacia uno mismo y crear la autoestima.
3.- Aprender la verdad respecto a ser gay o lesbiana.
4.- Aprender a reconocer a otros gays y lesbianas.
5.- Desarrollar una familia de amigos.
6.- Planear cómo decírselo al mejor amigo/a.
7.- Salir del clóset frente a otros amigos.
8.- Tener una primera plática con la familia.
9.- Mantener viva la discusión sobre el tema con la familia.
10.- Traer a casa amigos y/o pareja gay – lésbica.
11.- Entender y evaluar la naturaleza sexuada en el centro de trabajo.
12.- Hacer que se enteren tus colegas.
13.- Ayudar a que otros salgan del clóset.
14.- Vivir como gay o lesbiana sin pensarlo.
El discurso de los derechos humanos[21] y la toma de conciencia de la discriminación y de su manifestación a través del lenguaje también ha generado un espacio de empoderamiento, que se ha manifestado en la intervención legal respecto a las palabras. En algunos países el uso del ‘lenguaje de odio’ tiene penalización, en México el artículo 206 del Código del Distrito Federal ha sustentado demandas a este respecto:
TÍTULO DÉCIMO: DELITOS CONTRA LA DIGNIDAD DE LAS PERSONASCAPÍTULO ÚNICO: DISCRIMINACIÓN
ARTÍCULO 206. Se impondrán de uno a tres años de prisión y de cincuenta a doscientos días multa al que, por razón de edad, sexo, embarazo, estado civil, raza, precedencia étnica, idioma, religión, ideología, orientación sexual, color de piel, nacionalidad, origen o posición social, trabajo o profesión, posición económica, características físicas, discapacidad o estado de salud:
I. Provoque o incite al odio o a la violencia;
II. Veje o excluya a alguna persona o grupo de personas; o
III. Niegue o restrinja derechos laborales.
Al servidor público que niegue o retarde a una persona un trámite, servicio o prestación al que tenga derecho, se le aumentará en una mitad la pena prevista en primer párrafo del presente artículo, y además se le impondrá destitución e inhabilitación para el desempeño de cualquier cargo, empleo o comisión públicos, por el mismo lapso de la privación de la libertad impuesta.”
Por su parte, la CONAPRED en estos dos últimos años ha desarrollado campañas radiales y publicitarias en pro de la no discriminación y su manifestación a través del lenguaje, en el metro de Ciudad de México vemos afiches que dicen: ‘No le llames maricón…, es una persona al igual que tú . ’ Vale decir, se está tomando conciencia de la palabra que oprobia como un acción que no contribuye a una sana convivencia en la diversidad, y por otra parte, reconozcamos la intromisión de la institución normativa legal a través de la penalización del uso del lenguaje.
Pienso que este planteamiento pendular ‘discriminación-empoderamiento’ desde el lenguaje, es congruente con una macro estructura dual en la que vive la persona homosexual: Cuelgan, se cimbran, oscilan..., las subjetividades gays se re-construyen en el vaivén del estar aquí y allá: dentro y fuera del grupo, adentro y afuera del clóset, en el mundo heterosexual y el homosexual, entre lo permitido y lo vedado...
3.- El discurso de la diversidad sexual
“Aproximarnos a la diversidad sexual, necesariamente nos hace revisar el concepto que tenemos sobre la sexualidad. Es decir, dejar claro que concebimos a la sexualidad como un producto social que se refiere a los aspectos erótico-amorosos de nuestras vivencias, y que se sitúa mucho más allá de la genitalidad.”[23]
Desde esta perspectiva, para los estudios sobre diversidad sexual, la ‘sexualidad’ y la ‘diversidad’ constituyen categorías de análisis centrales. Así, la categoría ‘diversidad sexual’ abarca las sexualidades plurales, polimorfas y placenteras como la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad y el transgénero (travestíes y transexuales), ya sea como identidades esencializadas o como prácticas sexuales sin carácter identitario. Pero no se quedan ahí; también incluyen el estudio de la heterosexualidad, pues aunque constituye la expresión de la sexualidad legitimada por excelencia, no por ello deja de ser otra de las formas en que la diversidad sexual se manifiesta .
“La noción ‘diversidad sexual’ también debe verse en sí misma como una categoría plural. Es necesario reconocer la propia diversidad de identidades y prácticas que coexisten al interior de la diversidad sexual. En este sentido, debemos tener presente que no se puede hablar, por ejemplo, de una única identidad gay, ni de una única identidad lésbica, sino de ‘identidades gays, lésbicas, etc.’. Por esta razón, es imprescindible tener en cuenta que gays, lesbianas, bisexuales, transgenéricos, etcétera, están en todas partes y, como ha señalado Plummer (1992), son atravesados por una serie de diferencias socioculturales dadas por el sexo, el género, la clase social, la edad, la religión, la etnia, entre otros, que matizan las manifestaciones culturales específicas de las identidades y las prácticas sexuales.”[24]
Butler nos ha advertido del proceso de ‘naturalización’ que ha vivido la categoría ‘homosexual’, producto de la visión de la identidad de género como algo innato y de la aceptación preferencial en las personas por las explicaciones provenientes de las ciencias naturales, característica claramente manifiesta en la descripción de los tópicos tratados por la Agrupación de Padres y Madres de La Condesa. “Los enunciados de identidad guardan la memoria de las prácticas de autoridad que los instituyen como normales o como abyectos (…), los enunciados de género, desde los pronunciados en el nacimiento como ‘es un niño o una niña’, hasta los insultos como ‘maricón o marimacho’ no son enunciados constatativos, no describen nada. Son más bien enunciados performativos (o realizativos), es decir, invocaciones o citaciones ritualizadas de la ley heterosexual (...)” [25] En lugar de apelar a un control por parte del Estado que censure o limite la emisión de discursos de odio racistas u homófonos, Butler va plantear una estrategia muy distinta al señalar el potencial subversivo de una reapropiación de estos mismos códigos insultantes: tomar la palabra y autodefinirse como ‘queer’[26] supone instalarse en las fallas del sistema heterocentrado, es invertir la fuerza performativa con la que el lenguaje sanciona la diferencia. Butler propondrá este intervalo de recodificación y resignificación, este margen de intervención entre palabras y sus efectos performativos, como un espacio de resistencia y confrontación política en el interior de los discursos dominantes[27]”. Para ello es necesario romper el silencio a través del desarrollo de un discurso que me haga presente, visible, y a la vez me construya como persona de la sociedad. En esta acción aparece la cuestión de cómo la invención de este sujeto implica un modo de uso de los discursos y por ende, del ejercicio del poder de enunciar. Esto quiere decir que al tomar el papel de enunciador el sujeto actualiza los discursos a su disposición, los re-crea.
“Para Foucault esta enunciación confirma una episteme, está limitada a las reglas de inteligibilidad demarcadas en su contexto histórico discursivo (...) En la conceptualización lacaniana, la invención de sujeto se explica como la entrada al orden simbólico. La aparición del sujeto tiene que ver por una parte con el uso de los discursos y por la otra como la sujeción de dicho sujeto a los discursos (...) Mientras enuncia, el sujeto se enuncia a sí mismo, mientras construye se construye, mientras se esfuerza por disolverse a sí mismo en la heterogeneidad de lo enunciado, no hace sino restaurar su presencia”[28]
4.- El discurso del imaginario
Para Manuel Antonio Baeza (2000), los ‘imaginarios sociales’ se constituyen en singulares matrices de sentido existencial, como elementos coadyuvantes en la elaboración de sentidos subjetivos atribuidos al discurso, al pensamiento y a la acción social. Los imaginarios sociales siempre son contextualizados, ya que les es propia una historicidad caracterizante; no son la suma de imaginarios individuales: se requiere para que sean imaginarios sociales una suerte de reconocimiento colectivo, de tal manera que "los imaginarios pasarían a ser sociales porque se producirían, en el marco de relaciones sociales, condiciones históricas y sociales favorables para que determinados imaginarios sean colectivizados, es decir instituidos socialmente" (Castoriadis citado por Baeza 2000:25)
Tratar de comprender los fenómenos sociales contemporáneos desde la perspectiva de la teoría de imaginarios, es reconocer, parafraseando a Castoriadis, que la historia de la humanidad es la historia del imaginario humano y de sus obras. Se trata entonces de una posibilidad plausible y pertinente, que reconoce en la acción práctica del ser humano (con otros y sobre el sí mismo), en la dinámica de lo instituido y lo instituyente, una dialéctica poiética de autocreación; idea similar a la planteada por Maturana cuando nos define como seres incompletos y autopoiéticos.
Estamos planteando que el ‘imaginario’ es una categoría sociocultural, una construcción humana que ha sido instituida y legitimada socialmente. Nuestros imaginarios se constituyen en matrices que dan sentido a muchos aspectos de la realidad, con un carácter dinámico, puesto que subyace en ellos la posibilidad de creación, de resignificación, de deconstrucción y el reconocimiento de la posibilidad de creación de nuevos juegos de lenguaje, de nuevas metáforas, de nuevos universos simbólicos para dar cuenta del mundo compartido por los humanos.
A la capacidad de la psique de crear un flujo constante de representaciones, deseos y afectos, se le denomina imaginario radical como fuente de creación. El imaginario radical es el imaginario individual o imaginación radical, pero el imaginario social no es la suma de imaginarios radicales, ni la parte común, ni la media.[29] La perspectiva de un sujeto del imaginario radical, de un sujeto creador del sí mismo, no debe llevarnos a desconocer la existencia de lo social como punto precedente del imaginario radical. Los léxicos fundadores serán prestados del léxico de la cultura que van a sustituir (imaginario social instituido). El sujeto juvenil es creado y es creador a la luz del imaginario social que le ha sido instituido, no sólo por su capacidad de generación de lo nuevo, sino por la capacidad de desplazamiento de sentido, acorde con el concepto de imaginario que nos propone Cornelius Castoriadis: “Hablamos de imaginario cuando queremos hablar de algo ‘inventado’ –ya se trate de un ‘invento absoluto’ (una historia inventada de cabo a rabo) , o de un deslizamiento o desplazamiento de sentido, en el que unos símbolos ya disponibles están investidos con otras significaciones que las suyas normales o canónicas”. Los jóvenes en sus diferentes formas de agrupación juvenil, desarrollan procesos de creación de nuevos estilos que podrían ubicarse, entre otros en la música, la moda, en las prácticas corpóreas, en estilos de vida acordes con sus procesos de creación, en su manera de vivir la sexualidad, pero también desarrollan procesos de desplazamiento de sentido al reciclar y mezclar estilos y estéticas juveniles preexistentes: "Lo esencial de la creación no es el ‘descubrimiento’, sino la constitución de lo nuevo; el arte no descubre, constituye; y la relación de lo que constituye con lo ‘real’, relación de verificación. Y, en el plano social, que es aquí nuestro interés central, la emergencia de nuevas instituciones y de nuevas formas de vivir, tampoco es un ‘descubrimiento’, es una constitución activa.”[30]
Consideremos que los imaginarios se expresan en las diferentes formas de lenguaje - Castoriadis señalaba que “ jamás podremos salir del lenguaje, pero nuestra movilidad en el lenguaje no tiene límites y nos permite ponerlo todo en cuestión, incluso el lenguaje y nuestra relación con él"[31] - por ello su comprensión nos pone en la necesidad de indagar los discursos de las personas, sus prácticas, los intersticios, brechas, zonas y límites donde lo imaginario existe y el papel que en el discurso de las personas pueden desempeñar; así como también en el reconocimiento del sujeto que a través del imaginario, como fuente de creatividad y novedad, hace posible nuevas formas de vida, nuevas identidades.
Pintos conceptualiza los imaginarios sociales como “aquellos esquemas construidos socialmente que nos permiten percibir, explicar e intervenir en lo que cada sistema social considere como realidad (…), los imaginarios sociales tienen una función primaria que se podría definir como la elaboración y distribución generalizada de instrumentos de percepción de la realidad social construida como realmente existente.”[32] He dicho que concibo la realidad como una construcción social macrotextual, de modo que esta investigación de maestría lo es también de los imaginarios sociales, y de cómo permea el discurso institucional del estado, de la religión, de la educación, de la familia, en la construcción identitaria de las homosexualidades; así como también el paradigma, la sociohistoricidad y mi experiencia de vida tamizan la investigación. Gran parte de la movilidad en la investigación ha sido producto del contraste entre los imaginarios que tenemos sobre la juventud homosexual mis informantes y yo.
Y esto lo podemos apreciar en cada fuente de información, en lo que publican los periódicos y las revistas, lo que emiten las radios y los canales televisivos, las películas, las músicas, las diferentes formas del espacio en la universidad y en los antros, las poesías y las novelas, los cómics, los sitios de Internet y la omnipresente publicidad, ese nuevo discurso moral que pretende monopolizar el sentido de nuestras vidas y en donde se generan las relevancias que muchas veces construyen nuestras referencias. En mi dispositivo de análisis he señalado al ‘análisis del discurso’ como una herramienta para ‘ver la presencia de lo institucional, los mecanismos persuasorios o disuasorios, lo normativo, los mecanismos que validan lo hegemónico, lo introyectado desde la sociedad’.
Concuerdo con Franco cuando señala que la ‘naturalización’ del orden social se da a través del sometimiento de los sujetos a las significaciones imaginarias sociales, es lo que ya nos advertía Butler con respecto al proceso social que han vivido las homosexualidades, entrando al esquema clasificatorio positivista y validando su existencia como una nueva posibilidad identitaria. Pero amplío que ese proceso de naturalización va inserto en la construcción de imaginarios merced al lenguaje, recurriendo a las estrategias discursivas mencionadas: la naturalización (p.ej. ‘por naturaleza el hombre tiende a la violencia en el acto sexual, le gusta penetrar’), el esencialismo (p.ej. ‘somos seres racionales’), el dogma (p.ej. ‘Dios los creó hombre y mujer y juzgó que era bueno’), la generalización (p.ej. ‘a la mayoría de los hombres les gusta dominar’), la homogenización (p.ej. ‘la pareja gay es infiel’), el paradigma heterosexual (p.ej. ‘en la pareja homosexual uno cumple rol activo –de hombre- y el otro un rol pasivo –de mujer-‘), la minimización (p.ej. ‘los hermafroditas son apenas el 0,4 % de la población’), y por supuesto la invisibilización que consiste en no hablar del tema, no mencionarlo siquiera: ‘lo que no se nombra no existe’ (Bersani). Señalemos además que cada institución adoptará la estrategia discursiva en congruencia con su cosmovisión, así la religión planteará el dogma, la jurisprudencia la ley, la ciencia dura la naturalización o el esencialismo, la ciencia social la generalización u homogenización. Y sin embargo, aunque aparentemente diferentes, estos discursos muchas veces se refuerzan entre sí.
Seguiremos profundizando en torno a éste y otros temas conexos, invitándoles a participar en el debate a través de esta página web o haciendo llegar sus comentarios, desacuerdos, rectificaciones, impresiones, ampliaciones, quejas, et caeteram a : caucasicop@yahoo.com.mx.
Desde ya, muchas gracias por la atención, desocupado lector....
[1] UAM Xochimilco (1991). “La Posmodernidad”, Colección Ensayos, México, 217 Págs.
[2] Extendiendo sus seudópodos, crecen nuestras capitales latinoamericanas rodeadas de bolsones de pobreza en el marco de la inequidad. Estoy hablando de Santiago de Chile, de Buenos Aires, de Santa Fe de Bogotá y de nuestro paradigma surrealista: Ciudad de México.
[3] Entiendo por discurso ‘un conjunto sistémico de ideas sobre la realidad, con un tópico aglutinador, al que las personas adscriben mediante un acto de Fe’.
[4] Tan sólo en este trimestre se aprobaron las ‘uniones homosexuales’ en Irlanda del Norte, Escocia, Inglaterra, Gales y la República Checa; S.S. Benedicto XVI entregó indicaciones expresas sobre la homosexualidad en el sacerdocio; el presidente de Brasil Inacio Lula da Silva lleva por tercera vez el tema LGBT a la ONU, en tanto que en Irán siguen asesinando a las personas homosexuales por el delito de ‘lavat’.
[5] República de Chile: 15.350.000 hab., 17 años de régimen militar (1973-1990), 30 % de la educación en manos de la Iglesia Católica, la que también funda el partido político más relevante en la segunda mitad del siglo XX: PDC.
[6] Tomado de: “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”.
[7] Vendrell, J. (2004) “El debate esencialismo-constructivismo en la cuestión sexual”.En “Sexualidades Diversas. Aproximaciones para su análisis”. PUEG-Porrúa, México. Págs. 35-64.
[8] Al respecto, ver Suárez, J.L. (2004) “Teorías biológicas que intentan explicar el origen de la preferencia”. En “Sexualidades Diversas. Aproximaciones para su análisis”. PUEG-Porrúa, México. Págs. 129-144.
[9] Lugo Pérez, A. (1999) ‘Identificación del nivel de conocimientos médicos y legales de los homosexuales de sexo masculino que se dedican a la prostitución en Ciudad de México’. Tesis Postgrado Medicina UNAM.
[10] Ponencia presentada por el Maestro Erick Omar Lee Meneses, ante la Cámara de Diputados del Distrito Federal, con ocasión del Foro sobre Diversidad Sexual 2005.
[11] Eribon, Didier. (2001) “Reflexiones sobre la cuestión gay”. Anagrama, Barcelona. Págs. 29-40.
[12] Butler, Judith. (1997) “Lenguaje, poder e identidad”. Síntesis, Madrid. Págs. 9-13.
[13] Butler, J. (1997) Op. cit. p. 18.
[14] Ibid.. p. 35 .
[15] Ibid. P. 31.
[16] Matsuda, M. et alter. (1993) “Words that wound: critical race theory, assaultive speech, and the first amendment”. Boulder:Westview Press.
[17] Kristeva, J. (1986) “Al comienzo era el amor. Psicoanálisis y fe”. Gedisa, Buenos Aires.
En García, Ma Inés (2003) “De los límites del lenguaje o el lenguaje de los límites” TRAMAS N° 21, México. Págs. 303-313.
[18] Joteo : situación de manifestación-coquetería homosexual.
Perreo : situación de agresividad lingüística entre homosexuales.
Ligue : acciones en procura de pareja sexual y7o afectiva.
[19] En Lugo Pérez, A. (1999) Op. cit. p.4.
[20] Ibid, p. 28.
[21] Entiendo por discurso ‘un conjunto sistémico de ideas sobre la realidad, con un tópico aglutinador, al que las personas adscriben mediante un acto de Fe’.
[22] Discurso planteado en la presentación del Proyecto de Ley de Género, Cámara de Diputados (2006).
[23] Careaga Pérez, G.(2004) ‘Sexualidades Diversas, aproximaciones para su análisis’, Introducción.
[24] Hernández Cabrera, P. M. (2004) Op. Cit., Págs. 21-33.
[25] Al respecto, véase de Judith Butler:“El género en disputa” o “Cuerpos que importan”(2002).
[26] Lo queer aparece, en parte, como una reacción a la categorización en sexualidad humana, ‘extiende el término hacia dimensiones que no puedes ser subsumidas bajo el género y la sexualidad’, lo queer ‘no niega otras diferencias, sino que aporta una base común para un ordenamiento de distinciones más sutiles (género, raza, etnia, clase, etc.) en identidades y estrategias discursivas’. Gardner H.(1996)La investigación de subjetividades disidentes. En Harvard EducationalReview, N°66.
58 Sáez & Preciado. ‘Prólogo a lenguaje, Poder e Identidad’.
[29] Franco, Yago. (2003) Magma: Cornelius Castoriadis: Psicoanálisis, Filosofía y Política. Buenos Aires: Editorial Biblos.
[30] Castoriadis, Cornelius. (2002) Figuras de lo Pensable (las encrucijadas del laberinto IV). México D:F.: Fondo de Cultura Económica.
[31] Castoriadis, Cornelius. (2002) La Institución Imaginaria de la Sociedad. El imaginario social y la institución. Vol. 2. Buenos Aires: Tusquets Editores.
[32] Pintos, Juan-Luis. (2000) “Construyendo Realidad(es): Los Imaginarios Sociales”. En http//web.usc.es , Santiago de Compostela.
10.20.2006
Homofobia y Salud
1. Introducción
El campo sociomédico estudia los problemas colectivos de salud en dos líneas de abordaje: los procesos sociales que determinan las desigualdades en los daños a la salud y las respuestas que las sociedades organizan para enfrentar sus problemas sanitarios. En relación a la primera vertiente, el presente trabajo desarrolla un análisis del perfil patológico que muestran los homosexuales.
En base a la revisión bibliográfica de los estudios más recientes sobre los problemas de salud de los homosexuales, se presenta una síntesis que permite caracterizar la desigualdad en salud en función de la orientación sexual. La definición del patrón de morbimortalidad es posteriormente analizado a partir de la propuesta de una serie de referentes conceptuales que, desde un enfoque crítico, pueden explicar la especificidad de los problemas de salud de este grupo social.
La medicina social postula que el proceso salud-enfermedad colectivo tiene determinaciones económicas, políticas y culturales: a) ha enfatizado que existe una desigualdad social frente a la salud, b) ha distinguido que los grupos humanos presentan formas particulares de enfermar y morir que se corresponden con su particular inserción en la sociedad (Laurell, 1982) y c) ha descrito los procesos sociales que articulan las condiciones de vida con los daños a la salud que presentan los grupos humanos (Blanco, 1997).
En este trayecto, conceptos como proceso de trabajo y condiciones de vida han permitido explicar los patrones diferenciales de salud que muestran las poblaciones (Breihl, 1995) teniendo como referente principal a la clase social (Bronfman, 1983); han adquirido importancia las diferencias en la esperanza de vida al nacer, morbilidad y mortalidad (general y específica) y estado nutricio, así como la relación de estas variables con condiciones como trabajo, alimentación, educación y atención médica. Esto muestra que la medicina social ha avanzado sustancialmente en el estudio de la determinación económica, no así en un análisis del poder y los significados que no esté “subsumido” por la economía o que considere a la política y la cultura como fenómenos “secundarios” a la inserción en la estructura económica.
Los estudios de género han fortalecido la explicación de la determinación cultural al plantear que, además de la inserción económica, los significados y las prácticas que se elaboran sobre la diferencia sexual determinan las diferencias en salud entre varones y mujeres (Garduño, 2001). En general, las mujeres muestran una sobremorbilidad y los varones una sobremortalidad (Pérez-Gil, 1995); también los problemas de salud mental muestran amplios diferenciales por sexo, así como traumatismos y otros tipos de lesiones. Pero además, el concepto género ha puesto en evidencia los efectos sinérgicos entre diversas condiciones sociales como raza, etnia, edad y clase social, que generan inequidades mayores cuando son analizadas desde esta perspectiva (Moller, 1996).
Lo anterior no debe confundirse con una autonomía del género en la génesis de las desigualdades en salud. Una clase social puede presentar peores condiciones de salud que otras, pero al mismo tiempo, las mujeres de dicha clase pueden presentar niveles de salud más bajos que los varones de su misma clase social. De igual manera, se puede observar que los modelos tradicionales sobre la división sexual del trabajo, los estereotipos y roles de género siguen siendo más rígidos en los estratos socioeconómicos bajos. Vale la pena insistir que no se trata de una independencia del género sobre otras condiciones, sino por el contrario, de un “entrecruzamiento” de procesos cuyas consecuencias se expresan más desiguales que si fueran analizadas sin diferenciarlas entre varones y mujeres.
En cuanto a las desigualdades en salud por orientación sexual, los países anglosajones son los que cuentan ya con una amplia tradición en estudios que las documentan. En conjunto, estos trabajos se caracterizan por abordar los diferenciales en la incidencia y prevalencia del VIH-SIDA, así como de trastornos mentales.
Algunos estudiosos franceses han centrado su atención en la construcción social de la vulnerabilidad social de los homosexuales frente al VIH-SIDA (Thèry, 1996) (Delor, 2003), otros autores europeos se han ocupado del homicidio (Granados, 2006). Sin embargo, parece ser un hecho que la sexualidad y la orientación sexual no han llamado la atención de la corriente médico social latinoamericana, es por esto que en el presente trabajo proponemos a estas categorías como referentes teóricos que contribuyen al estudio de la determinación cultural del proceso salud-enfermedad colectivo y como concepto intermedio desarrollaremos la noción de homofobia.
Lo anterior motiva el propósito de plantear una ruta teórico-metodológica que contribuya a la comprensión de la especificidad de los daños a la salud que muestra la población homosexual y a la identificación de los procesos culturales implicados. De igual manera que para el caso del género, la orientación sexual no expresa un tránsito autónomo respecto de otras condiciones sociales, pero para fines didácticos, en este ensayo no se profundizará en las interrelaciones que guarda la sexualidad con otras categorías teóricas porque rebasa los límites de este trabajo y porque el avance en la formulación teórica de la orientación sexual en las desigualdades sanitarias aún no ha conseguido la solidez necesaria.
2. Los daños a la salud en homosexuales como un problema de salud colectiva
Un primer asunto a desarrollar es el argumento de que la discriminación por orientación sexual es causal de desigualdades en salud que deben ser tomadas como problemas de salud colectiva; en el fondo de esta relación se encuentra el planteamiento de si los problemas de salud de los homosexuales son un problema de salud pública.
Sin considerar las implicaciones ideológicas y políticas que tiene la definición de un grupo de análisis con la categorización de “minoría”, hay que tomar en cuenta que son escasos y poco generalizables los estudios que dan cuenta del tamaño de la población homosexual; la causa principal radica en que el reconocimiento de la homosexualidad en un individuo depende de situaciones que entrañan múltiples condicionamientos sociales. Por otra parte, la homosexualidad no es reductible a la conducta homosexual, los reportes varían entonces si en dichos estudios se ha consultado por prácticas homosexuales o por identificación con la orientación homosexual que conceptualmente no son lo mismo, no obstante, en ese margen los porcentajes varían del 3 al 10% en adultos proporciones que no son pequeñas, los estudios más citados al respecto son Sexual Behavior in the Human Male y Sexual Behavior in the Human Female de Kinsey (1998)[4], cuyos datos nos permiten cuestionar la denominación de minoría sexual.
Por otro lado, aunque no existen criterios estrictamente definidos para determinar cuándo un problema de salud es colectivo, en nuestra perspectiva, deben tomarse en cuenta algunas características: a) que los daños a la salud en cuestión amenacen la permanencia histórica del grupo social, b) que los daños a la salud impliquen dificultades para que los individuos satisfagan otras necesidades, c) que los daños se muestren de manera desigual tanto al interior del grupo social como en comparación con otros grupos y d) que la causalidad (de los daños o desigualdades) esté determinada socialmente, es decir, que esté generada por la forma en que se han establecido las relaciones sociales al interior de la sociedad en cuestión. Este último criterio adquiere relevancia porque la definición de un problema de salud colectiva no se restringe a su magnitud o a sus costos sociales, sino que requiere de dos características, quizá menos pragmáticas pero igualmente importantes: su relevancia científica al plantear la relación entre lo biológico y lo social y la posibilidad de aportar elementos que permitan modificar los patrones de enfermedad y muerte mediante la transformación de las relaciones sociales que los generan.
En ese orden de ideas, las condiciones de salud que prevalecen en los homosexuales deben ser considerados un ámbito de pertinencia para el campo sociomédico debido a que, como se verá más adelante, los daños a la salud que muestra esta población obstaculizan el desarrollo de las potencialidades de sus miembros, disminuyendo su integración y participación social, haciéndolos más vulnerables frente a enfermedades que ponen en riesgo su existencia y porque están asociados a inequidades que implican prácticas discriminatorias.
El VIH-SIDA, por ejemplo, tiene una prevalencia cuya magnitud representa un alto costo humano y económico. El hecho de que tenga tasas más altas entre varones en edad productiva y sea una de las primeras causas de muerte pone en riesgo la fuerza productiva necesaria para la reproducción social; en el África subsahariana, por ejemplo, se considera que pueblos enteros estaban en riesgo de desaparecer por esta causa (Dazinger, 1994).
Además el VIH-SIDA se distribuye de manera diferencial en la población; en México la principal vía de transmisión es la sexual y la proporción de varones homosexuales sigue siendo mayor. Así mismo, la promoción de medidas de prevención, como el uso correcto del condón, enfrenta dificultades relacionadas con la cultura sobre la sexualidad y con los intereses de grupos sociales ideológicamente dominantes (Granados, 2003).
Por otra parte, el acceso diferencial a los antiretrovirales abre diversas vertientes de interés: revela las bajas coberturas de los sistemas de salud y seguridad social, las enormes ganancias obtenidas por las farmacéuticas transnacionales que los producen y el mayor financiamiento a las investigaciones clínicas sobre el subtipo más frecuente en Europa y América del norte (Dieterich, 1997).
Además del VIH-SIDA, otras enfermedades muestran tasas más altas en homosexuales, quienes también enfrentan mayores dificultades que los heterosexuales en el acceso a la atención médica para la resolución de sus problemas de salud y relaciones con los profesionales de la salud matizadas por el prejuicio; situaciones que, en conjunto, constituyen un patrón de morbimortalidad específico que a continuación describimos.
3. El perfil de daños a la salud en homosexuales
Hasta la fecha no se cuenta con una tradición de estudios sobre homosexualidad y salud en América Latina, lo anterior impone varias necesidades: a) profundizar en el estudio de las condiciones de salud-enfermedad de esta población que posibiliten una mayor generalización de los hallazgos, b) valorar con el cuidado requerido los aportes de estudios con poblaciones “auto-seleccionadas” (homosexuales organizados o enfermos en tratamiento), c) considerar las amplias diferencias culturales que implica la conducta sexual entre países anglosajones y latinoamericanos[5], d) no perder de vista que la condición de orientación sexual se encuentra permanentemente “atravesada” por las mismas condiciones cuando hablamos de las diferencias entre varones y mujeres (clase social, etnia y raza) y e) ahondar en el papel de las determinaciones sociales, ya existe una asociación entre pobreza, homofobia y racismo con las prácticas de riesgo (Ramírez, 2002).
Con las consideraciones anteriores y tomando en cuenta las limitaciones de los estudios disponibles[6], podemos identificar el patrón de morbimortalidad que presentan los homosexuales. Éste se caracteriza por la presencia de varios rubros: enfermedades infecciosas, enfermedades no transmisibles, daños a la salud mental, enfermedades de transmisión sexual, violencia, asociación entre daños a la salud mental y riesgo de VIH-SIDA, apoyo social, obstáculos para resolver los problemas de salud y homicidio.
Enfermedades infecciosas en general
Un estudio realizado en homosexuales seronegativos al VIH identificó que los homosexuales que ocultan su orientación sexual tienen casi dos veces (1.9) más riesgo de enfermedades infecciosas que quienes no la ocultan (Cole, 1996).
Enfermedades no transmisibles
Los homosexuales que ocultan su identidad tienen 2.2 veces más probabilidad de experimentar cáncer de cualquier tipo en comparación con quienes no la ocultan, (Cole, 1996).
Por su parte, las lesbianas presentan con más frecuencia, que las mujeres heterosexuales, riesgos para el cáncer mamario (nuliparidad e ingesta de alcohol) y para enfermedades cardiovasculares (elevados índices de masa corporal y mayor prevalencia en el consumo de tabaco); así como mayor frecuencia de depresión y uso de antidepresivos (Case, 2004). Las lesbianas y mujeres bisexuales muestran más cardiopatías que las mujeres heterosexuales y las últimas también muestran periodos más largos de malestares físicos (Diamant, 2003).
Daños a la salud mental
La discriminación, el estigma y el prejuicio hacia la homosexualidad conforman un contexto estresante y hostil que causa problemas de salud mental en lesbianas, homosexuales y bisexuales (Meyer, 2003). Los homosexuales muestran mayores tasas globales de trastornos mentales que los heterosexuales (Jorm, 2000); específicamente se ha identificado una mayor prevalencia de trastornos depresivos (Perkins, 1994; Cochran, 2003), ansiedad (Perkins, 1994), ataques de pánico (Cochran, 2003) y distress psicológico (Erwin, 1993; Cochran, 2003; King, 2004; Balsam, 2004).
Por otro lado, en varones bisexuales se observa una elevada prevalencia de depresión, ataques de pánico y distress psicológico que en los varones heterosexuales. De entre homosexuales y bisexuales, éstos últimos muestran más ansiedad, depresión y afectividad negativa, también reportan más eventos vitales adversos, particularmente en la niñez (Cochran, 2003).
Estudios realizados en contextos rurales (Preston, 2004), han identificado mayor estigmatización hacia la homosexualidad, incidiendo en bajos niveles de autoestima en los homosexuales, lo que los hace más susceptibles a padecer trastornos mentales. Por su parte, las lesbianas y mujeres bisexuales, en comparación con las heterosexuales, muestran una mayor prevalencia de trastornos de la ansiedad (Cochran, 2003).
La orientación sexual de los homosexuales predice el uso de psicoterapia, la medicación psiquiátrica, la ideación suicida, el intento de suicidio y las conductas autodestructivas en el proceso de ajuste familiar a la homosexualidad (Balsam, 2005). Los homosexuales, a diferencia de los heterosexuales, muestran mayor consumo de alcohol (Balsam, 2004; Stall, 2001), marihuana (Balsam, 2004) y drogas recreativas (Stall, 2001), daños autoinfligidos (King, 2004) y utilización de los servicios de salud mental (Balsam, 2004; King, 2004). Entre las mujeres con trastornos depresivos, las lesbianas muestran mayor uso de antidepresivos que las heterosexuales (Diamant, 2003).
Se ha encontrado que jóvenes homosexuales con falta de vivienda o antecedentes de no haberla tenido muestran una elevada prevalencia de eventos estresantes y trastornos mentales, así como uso de drogas y riesgo para ejercer la prostitución (Clatts, 2005).
Diversos estudios internacionales de corte epidemiológico han demostrado que los varones homosexuales y bisexuales tienen tasas más altas de intento de suicidio que los heterosexuales (Skegg, 2003; Lock, 1999; McAndrew, 2004; Jorm, 2002). Al respecto, Erwin (1993) postula que la causa de mayor prevalencia de suicidio en homosexuales se debe a la intolerancia social y a la opresión que han internalizado las víctimas.
En el Reino Unido se encontró que el 43% de los homosexuales estudiados mostraba algún trastorno mental y que el 31% había intentado suicidarse; la magnitud de estos porcentajes estuvo asociada con discriminación y violencia (Warner, 2004). El intento de suicidio, entre otros trastornos mentales, en adolescentes amerindios y nativos de Alaska (Barney, 2003) es significativamente más frecuente en homosexuales que en heterosexuales.
Enfermedades de transmisión sexual
Se ha documentado una mayor prevalencia de VIH-SIDA entre homosexuales que en heterosexuales. Hasta el 31 de diciembre de el 2005, 78.8% de los casos de SIDA en México se concentraban en personas entre los 15 y 44 años de edad, la principal vía de transmisión era la sexual (92.1% de los casos); dentro de este rubro, 47.3% fue por prácticas de hombres que tienen sexo con hombres, frente a un 44.8% de casos entre heterosexuales (SS, 2005).
Se ha mencionado que la epidemia tiende a incrementarse en mujeres, sin embargo, entre 1999 y 2000 dicho aumento no es sustancial (1% anual) (SS, 2000). En los datos disponibles sobresale el hecho de que en la población de hombres que tienen sexo con hombres (homosexuales y bisexuales) mantienen las tasas más altas de casos acumulados hasta el año 2005 (49.3 de los casos de SIDA en mayores de 15 años) (SS, 2005). Aunque el porcentaje de incidencia acumulada por transmisión sexual vía homosexual y bisexual ha disminuido (54.2 en 2001% y 49.3% en 2005), la proporción sigue siendo mayor que la heterosexual (SS, 2005).
Violencia
Homosexuales, lesbianas y bisexuales, comparativamente con los heterosexuales, muestran con más frecuencia eventos relacionados con violencia, tales como intimidación, acoso sexual y abuso físico (Williams, 2003). En un estudio realizado en los Estados Unidos de Norteamérica (Huebner, 2004) reportó que el 37% de los jóvenes homosexuales y bisexuales habían experimentado ofensas verbales, el 11.2% discriminación y el 4.8% violencia física; las agresiones se asociaron negativamente con la edad y el ocultamiento de la orientación sexual y positivamente con ser seropositivos al VIH.
En el Reino Unido se observó un mayor riesgo de discriminación y violencia, tales como ataque físico e intimidación escolar; la asociación de estos riesgos con altos niveles de trastornos mentales hace suponer que estos últimos son consecuencia de la discriminación (Warner, 2004). El consumo de metanfetaminas entre homosexuales en Nueva York (EU) ha sido vinculado con violencia física doméstica (Klitzman, 2002). Un estudio en el sureste asiático ha documentado que jóvenes homosexuales de minorías étnicas muestran tasas más altas de prácticas de riesgo para VIH que quienes no pertenecen a éstas; en este caso la homofobia y la discriminación “anti-inmigrante” fueron las experiencias más relatadas, éstas estuvieron vinculadas a estereotipos atribuidos a los homosexuales (pasividad/sumisión) (Wilson, 2004).
Estudios realizados en Alaska documentaron que los homosexuales presentan altas tasas de abuso físico en la infancia (Balsam, 2004) y que adolescentes homosexuales amerindios y nativos de este país padecen más eventos de abuso físico y sexual (Barney, 2003). Los antecedentes de abuso sexual en la niñez están asociados con penetración anal sin protección tanto insertiva como receptiva en varones homosexuales; en el caso de las relaciones anales receptivas, los mediadores de esta asociación fueron ansiedad, hostilidad y conducta suicida (O´Leary, 2003).
Asociación de daños a la salud mental y riesgo de VIH-SIDA
Se ha encontrado que gays[7], lesbianas y bisexuales presentan de forma significativa más prácticas sexuales de riesgo para adquirir VIH-SIDA, como tener sexo sin usar preservativo (Lock, 1999). Parece ser que sociedades más tolerantes hacia la homosexualidad generan contextos culturales en los que los homosexuales son más capaces de poner en práctica la información sobre la prevención del VIH-SIDA; es posible que la relación entre la cultura y la capacidad de prevenirse esté mediada por los posibles daños a la salud mental que generan ambientes estresantes para los homosexuales que estarían obstaculizando la práctica de relaciones sexuales protegidas y seguras. Un efecto de este proceso se identificó en un estudio en Asia (Wilson, 2004), donde homosexuales de minorías étnicas mostraron prevalencias más elevadas de VIH-SIDA. Como efecto del estigma se ha encontrado que los homosexuales desarrollan niveles más bajos de autoestima, lo cual se ha asociado a prácticas sexuales de alto riesgo (Preston, 2004).
Estudios realizados en países anglosajones revelan una asociación entre trastornos mentales y prácticas sexuales de riesgo. En varones homosexuales, la depresión ha sido asociada al incremento de las prácticas de alto riesgo para VIH-SIDA (Beck, 2003) como la penetración anal receptiva sin protección con múltiples parejas y la intoxicación previa a las relaciones sexuales (Kelly, 1991). Un estudio en adolescentes homosexuales y bisexuales afroamericanos e hispanos en Nueva York encontró que a bajos niveles de ansiedad, depresión, uso de drogas y altos niveles de autoestima, hay mayor protección en las prácticas sexuales con penetración anal y oral (Rotherman, 1995). Otros estudio en homosexuales de este país muestra un patrón de consumo de metanfetaminas asociado con haber tenido más parejas, frecuentar bares o clubes de encuentro sexual, tener relaciones sexuales anales sin protección y mayor riesgo de adquirir y/o transmitir el VIH (Klitzman, 2002).
Un estudio en hombres seropositivos al VIH que tienen sexo con hombres en Nueva York y San Francisco (E.U.) encontró que la ansiedad, la hostilidad y la ideación suicida se asocian con prácticas sexuales anales receptivas (O’Leary, 2003). En portadores con VIH también se ha encontrado que los problemas de salud mental interfieren con el manejo clínico de la enfermedad; los observados con mayor frecuencia han sido: depresión (58%) y ansiedad (38.2%) (Berg, 2004).
Apoyo social
Los varones homosexuales muestran menor calidad de vida que los heterosexuales, los elementos relacionados con esta asociación han sido el autoestima y el dominio sobre la orientación sexual; llama la atención que en este estudio las mujeres no mostraron diferencias con sus contrapartes heterosexuales, lo que impone la necesidad de profundizar acerca de la menor calidad de vida que muestran los homosexuales varones (Sandfort, 2003).
Los homosexuales seropositivos al VIH enfrentan mayores obstáculos para hablar acerca de tal condición, hecho que afecta la calidad del apoyo social (Zea, 2005). Se ha documentado que los homosexuales y bisexuales cuentan con menos apoyo familiar que los heterosexuales y al comparar homosexuales y bisexuales, los bisexuales muestran más dificultades para el apoyo familiar y menor apoyo social extrafamiliar, así como más problemas financieros para enfrentar sus problemas de salud (Jorm, 2002). La falta de apoyo familiar tiene efectos en el bienestar psíquico de los homosexuales, ya que el percibir poco soporte social se asocia con aislamiento y dificultades para la salud mental (Jorm, 2002; Lackner, 1993).
Obstáculos para resolver los problemas de salud
No obstante que en 1973 la comunidad epistémica de la American Psychiatric Association (APA) dejó de considerar a la homosexualidad una enfermedad mental, prevalecen nociones y actitudes que revelan que la población general la sigue considerando una patología.
Además, tanto en la práctica médica como la psicológica, se conservan serias confusiones entre los términos identidad sexual, identidad de género y orientación sexual[8]; así como entre los términos gay, homosexual, transexual, transgénero y travesti[9]; que repercuten en las actitudes sociales hacia los homosexuales. Entre ellas se tiene la consideración más vulgar de que el varón homosexual es un hombre que “quiere” ser mujer, por lo que se le asocia a lo femenino y se le extienden las valoraciones negativas que se destinan a las mujeres. Prevalecen también las consideraciones de que la homosexualidad es una enfermedad en sí misma (Leite, 1988) (Opler, 1991; Levy, 1982; Levy, 1984) y de que los problemas de salud que presentan los homosexuales se deben a su conducta o que son inherentes a su orientación sexual.
Al mismo tiempo, los homosexuales deben enfrentar la discriminación, en distintas modalidades, en los servicios de atención médica: negativa para la prestación de algún servicio, maltrato, omisión o negligencia en el tratamiento de sus padecimientos. Médicos (Kelly, 1987; Gillon, 1987) y psicólogos (Jones, 2000) muestran actitudes devaluatorias y discriminatorias hacia los homosexuales, tales como el interponer en su trato a pacientes con SIDA la percepción de que éste ha sido adquirido por sus “estilos de vida” (Gillon, 1987).
Incluso algunos clínicos siguen considerando a la homosexualidad como un trastorno mental y recomiendan la conversión sexual o la terapia reparativa, estas prácticas implican violaciones éticas como la coerción, violación a la confidencialidad, consentimiento informado y responsabilidad fiduciaria (Drescher, 2002).
Un estudio sobre los tratamientos para revertir la orientación homosexual muestra que algunos homosexuales han sido sometidos a estos tratamientos bajo coerción médica y que los problemas relacionados a su homosexualidad son en realidad una respuesta a la presión social que inhibe toda expresión de su sexualidad; dicho estudio concluye que el desarrollo de terapéuticas para revertir la homosexualidad tienen un impacto negativo en los homosexuales, quienes posteriormente muestran diversos grados de distress (Smith, 2004).
La profesión médica tiene una reputación de conservadurismo y entre los rasgos que la caracterizan está la homofobia. Algunos estudios reportan que la homofobia no afecta el ejercicio profesional de los médicos homosexuales y las médicas lesbianas (Saunders, 2000), sin embargo otros reportes han documentado consecuencias negativas en las relaciones interpersonales entre los médicos (Burke, 2001); por ejemplo, el 23% de los médicos entrevistados en un estudio en Estados Unidos tenían actitudes homofóbicas hacia sus colegas y hacia los pacientes (Mathews, 1986). Aunque se esperaría que este fenómeno hubiese mostrado cambios con el tiempo, en una encuesta realizada a médicos homosexuales en 1994 se encontró que el 34% había experimentado agresiones verbales y ofensas de sus colegas, que el 66% percibían el riesgo de afectar su práctica en caso de que sus colegas descubrieran su orientación sexual y sólo el 12% mencionaba percibir un trato igual dentro de la profesión, además se reportan ostracismo, despido laboral e “invitaciones” a acudir a psicoterapia (Schatz, 1994).
Queda claro que la homofobia es una forma de discriminación que prevalece en la profesión médica, las actitudes de los médicos hacia la homosexualidad reflejan las actitudes que prevalecen en la sociedad en general (Rose, 1994), aunque el proceso de formación científica de los médicos implica en sí misma la reproducción de valores negativos que “patologizan” la homosexualidad (Granados, 2006).
Homicidio
Dentro de los crímenes de odio, los que se perpetran contra varones homosexuales por su orientación sexual son los más frecuentes (Willis, 2004). Existen estudios que han documentado una mayor violencia en los homicidios a homosexuales que en los cometidos contra heterosexuales, distinguiéndose la crueldad y fuerza excesivas que rebasan las necesarias para causar la muerte de las víctimas.
En un estudio, el número de lesiones por caso fue, en promedio, de 14.5 para homosexuales y 6.5 para heterosexuales (p<>
La familia y la escuela son, al mismo tiempo, los contextos de socialización más importantes, pero no son las únicas instituciones en que opera la homofobia, en lo que a sexualidad se refiere, el Estado ha legitimado y traducido en leyes significados que provienen del pensamiento religioso como es el caso del matrimonio. En forma de contrato civil, en México, el Estado reconoce una sola forma de unión que es la heterosexual, en tal reconocimiento se formula incluso que el fin es la reproducción de la especie y que la familia es la base de la sociedad.
Son pocos los países en los que se reconocen los derechos de las parejas homosexuales que viven en unión (Brasil, Dinamarca, Canadá, Países Bajos, Noruega, Israel, Hungría, Francia, Italia, Suecia, España, Bélgica y Australia). Evidentemente, las uniones homosexuales en México están fuera del alcance legal y de todas sus consecuencias: derechos de herencia, afiliación a la seguridad social o adopción de menores de edad. Por otra parte, hay que recordar que en algunos países las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo o entre varones sigue siendo ilegal[11] (Pérez, 2000; Sutcliffe, 2005) y en algunos casos se penaliza con la muerte (Mauritania, Sudán, Arabia Saudita, Yemen, Irán y Afganistán) (Sutcliffe, 2005)[12].
En este rubro hay que considerar también que la impartición de justicia, provisión de bienes o servicios pueden verse obstaculizadas hacia los homosexuales que sufren algún agravio o que son acreedores por derecho a algún beneficio; estas dificultades también pueden ser caracterizadas como expresiones homofóbicas. Por ejemplo, en materia de política sanitaria, la población homosexual no ha sido objeto de programas específicos de salud (a excepción de algunas campañas preventivas para el VIH-SIDA y, recientemente, dos campañas nacionales contra la homofobia).
Además, históricamente la institución médica ha considerado a la homosexualidad una patología (Granados, 2006b) y, a pesar de que ha sido excluida de los manuales de psiquiatría, prevalece en el pensamiento médico la noción de la homosexualidad es un trastorno o una condición a la que inherentemente se le asocian otros trastornos.
En el rubro de la homofobia institucional pueden considerarse también las represalias laborales o las limitaciones para ascender en estructuras organizativas jerarquizadas, así como la negación en la prestación de servicios o procuración de justicia en distintos espacios de la administración estatal; también se incluyen las estructuras de las jerarquías militar y eclesiástica que niegan la existencia de la homosexualidad a su interior.
Homofobia individual
Desde nuestra perspectiva no tiene mucha utilidad distinguir entre homofobia interpersonal de la personal como lo plantea Blumenfeld, consideramos que, en su dimensión individual, la homofobia se expresa en tres direcciones: a) de los heterosexuales hacia los homosexuales, b) de los heterosexuales hacia otros heterosexuales y c) de los homosexuales hacia sí mismos.
En el primer caso tenemos que la homofobia es rechazada por contradecir el orden social y por amenazar el vínculo entre masculinidad y heterosexualidad; por ello es que dentro de la cultura dominante, la identidad heterosexual tiene como recurso a la homofobia y ésta se despliega en acciones contra los homosexuales; pero no sólo contra ellos sino también contra los varones heterosexuales tanto que la constante “puesta en duda” de la masculinidad incluye un componente homofóbico con el cual los varones se presionan a sí mismos para demostrar que no son homosexuales, de ahí que la homofobia también afecta a los heterosexuales (segunda relación). En la tercera relación, los varones son socializados bajo un modelo de masculinidad que incorpora la homofobia; los homosexuales también son socializados en tal esquema y por lo mismo, también aprenden que la homosexualidad es una alteración del orden y que se trata de un comportamiento socialmente punible, la homofobia entonces se transfigura en rechazo de algo que “se es” y ya no de algo que “otros son”, se revierte contra sí mismo.
En las tres relaciones los costos de la homofobia finalmente recaen en los homosexuales, inclusive en la segunda relación porque la “puesta en duda” y sus efectos funcionan como mensajes dirigidos al homosexual cuando éste es una tercera persona, lo cual refuerza los mecanismos de supervisión de la conducta homosexual.
Todo prejuicio traducido en actitud y práctica repercute en las relaciones que establecen los individuos en la vida cotidiana; de esta forma, el significado desvalorizado de la homosexualidad se expresa en discriminación y violencia. La primera se manifiesta en conductas excluyentes hacia los homosexuales tanto en los contextos primarios (familia y unidad doméstica) como en los secundarios (escuela, comunidad y lugar de trabajo); la violencia incluye la agresión verbal (ofensas o ridiculización) y la agresión física (afectar a los homosexuales en sus bienes o en sus personas, desde golpes hasta el homicidio).
El individuo está sujeto a la cultura que delimita sus decisiones y la capacidad de elegir o modificar sus prácticas; en el individuo se personalizan los sistemas de creencias construidos, impuestos y reproducidos en el ámbito colectivo. Como constructo cultural, la homofobia personal incluye una serie de actitudes que varían desde la compasión hasta el odio; en la primera porque se considera que los homosexuales son varones que “debieron” ser mujeres o que “quieren” o se “creen” mujeres hasta la consideración de que se trata de personas “enfermas” que no “pidieron” ser así y que por lo mismo son incapaces de controlar sus impulsos sexuales “invertidos”.
También es común que se considere a los homosexuales como personas psicológicamente trastornadas o portadoras de alguna alteración genética; en el extremo, el rechazo y el odio se generan por considerar a la homosexualidad una conducta que contradice supuestas “leyes naturales” y por lo tanto, se considera a los homosexuales seres inmorales o inferiores.
Como rechazo a sí mismo, la homofobia no es otra cosa que la incorporación del rechazo social y la integración del mismo al sistema de identidad del homosexual, lo cual genera autodevaluación, aislamiento y frustración por no cumplir con las exigencias socialmente impuestas, así como la incapacidad para controlar la pulsión homosexual. El grado de autovaloración positiva y autoaceptación de la homosexualidad les permite a los homosexuales un mejor desenvolvimiento en las relaciones que establecen con los otros, con las instituciones y consigo mismos, de ahí se derivaría una mejor capacidad para evitar los riesgos a la salud (particularmente a la salud mental). Sin embargo, es evidente que los niveles de aceptación de la homosexualidad personal dependen del contexto social, ya que pueden facilitar la autoaceptación u obstaculizarla, en general, la elaboración personal de la identidad homosexual no cursa sin dificultades.
En los individuos que han sido socializados bajo un esquema de fuerte oposición de los géneros, la homofobia puede expresarse con conductas extremas y revela un temor a reconocer los rasgos femeninos propios, miedo a ser deseados por otros varones, a reconocer el placer que les provee su interacción con otros varones o a reconocer que desean sexualmente a otros varones. En esta secuencia el siguiente paso es desplegar la homofobia contenida hacia los otros, sean heterosexuales u homosexuales, hacia estos últimos la homofobia busca agredir al similar porque su existencia implica la posibilidad de poner en evidencia la homosexualidad propia, se trata de una estrategia de sobrevivencia del “sí mismo” que pasa por la sanción del “otro”.
4.2 Expresiones de la homofobia
La omisión también es una expresión de la homofobia, con ella se busca ignorar a la homosexualidad y a los homosexuales. Ejemplos de omisión son los intentos por ocultar o erradicar de los registros historiográficos, testimonios que permitirían de otro modo considerar a la homosexualidad un hecho que ha acompañado permanentemente a la humanidad, valorarla en términos positivos (por los aportes que diversos homosexuales han hecho a la ciencia o las artes) o en iguales términos que otras conductas (en ciertos periodos históricos la conducta homosexual fue un hecho simple y sin mayor importancia por guardar el mismo valor que la heterosexualidad).
La omisión refuerza los estereotipos negativos del homosexual y la noción de alteridad que se le asigna; de hecho, la denominación de minoría sexual es una expresión que permite ver a la homosexualidad como un fenómeno extraño e inusual y la hace no visible. Mediante la omisión se evita, primero, que cualquier hombre se plantee la posibilidad de buscar y obtener placer sexual en interacción con otro hombre; segundo, que los homosexuales se consideren a sí mismos una “eventualidad” social o que crezcan bajo la idea de que son los únicos o de los escasos portadores de una “alteración” física o psicológica, estas situaciones derivan en aislamiento y en el desarrollo de una identidad individual marcada por la introspección y la devaluación personal.
Al mismo tiempo, la “invisibilización” limita la conformación de colectivos y restringe las posibilidades de los homosexuales para hacer valer sus derechos fundamentales. De manera concreta, la omisión impide la representación de los intereses de los homosexuales en órganos de gobierno y en instituciones, restringe las posibilidades de ascenso en estructuras laborales jerarquizadas y evita plantear las desigualdades basadas en la orientación sexual como cuestiones públicas importantes o que debieran preocupar a toda la sociedad.
Homofobia que minimiza
Otra forma de conducta homofóbica es aquella con que se busca reforzar la idea de que la homosexualidad es un hecho aislado que muestran un reducido número de personas; estas actitudes niegan la potencial fuerza colectiva del sector homosexual. Desde los estudios de Kinsey (1953) se sabe que la conducta homosexual es más frecuente de lo que se pensaba, no sólo porque una parte importante de la población se define como homosexual, sino porque un mayor porcentaje de la población ha tenido prácticas homosexuales en algún momento de su vida sin que necesariamente terminen por definirse como homosexuales. Lo anterior nos habla de que un número importante de individuos elaboran su identidad social en base a su orientación sexual y que la conducta sexual de un persona puede mostrarse fija o transitar de la homosexualidad a la heterosexualidad en distintos periodos.
La minimización de la frecuencia e importancia de la homosexualidad refuerza la denominación de minoría sexual y lo que ella implica. Por su parte, la heterosexualidad no requiere probar su existencia, se da por hecho y es un supuesto indiscutible hasta que no se pruebe lo contrario.
Homofobia que “concede”
Acciones y actitudes que a simple vista parecieran solidarias y exentas de prejuicios también pueden ser homofóbicas. Éstas muestran cierto grado de tolerancia pero en el fondo esconden un miedo a la visibilidad “excesiva” de la homosexualidad; se trata de aquellos llamados a la “prudencia” y a no manifestar la orientación homosexual en formas muy evidentes o que resultan extravagantes. Estas expresiones aluden a un supuesto respeto por lo diferente, pero lo condicionan a no afectar a “terceros” o a que no afecte a quien las demanda; en realidad la intención es mantener a los “diferentes” a distancia.
Estas actitudes argumentan una comprensión y empatía hacia los homosexuales, pero les recomiendan y solicitan no expresar sus afectos en público y reservarse su identidad al ámbito privado. Algunas expresiones más elaboradas de esta forma de homofobia postulan que los homosexuales deben tener el derecho de ejercer su sexualidad pero cuando se habla de los derechos de herencia, de seguridad social, del matrimonio civil y religioso o la adopción, manifiestan sus reservas y consideran un “exceso” la demanda de tales derechos por parte de los grupos de homosexuales organizados.
Estas actitudes fortalecen la minimización y, aunque reconocen el derecho de cada individuo a procurarse el placer sexual, individualizan y privatizan una problemática colectiva. Al reconocer ciertos derechos y negar otros reconocen que hay desigualdades pero terminan considerándolas legítimas.
Homofobia que restringe
Esta modalidad también reconoce que los homosexuales existen y que tienen derecho a ello, pero al mismo tiempo imponen condiciones. Una expresión común es la tendencia a crear espacios socialmente diferenciados: la creación de ghettos culturales. Se reconoce que los homosexuales pueden reunirse o constituir colectivos, ya sea con fines recreativos o de otra índole, pero la concesión se da con la finalidad de que éstos existan para que los espacios “reservados” para los heterosexuales sean respetados; también es una estrategia que permite mantener a “salvo” al resto de la sociedad, particularmente busca “prevenir” la “propagación” de la homosexualidad.
La estrategia de los ghettos permite el encuentro entre homosexuales y disminuye el aislamiento individual, pero al mismo tiempo limita la posibilidad de que el resto de la población los reconozca como parte integrante de la sociedad y como presencia constante en todos los ámbitos de la vida social.
Como otras formas de resistencia, el ghetto homosexual ha sido absorbido por la mercantilización y, explotando la marginalidad, ha sido aprovechado para la acumulación de ganancias. El acceso a espacios de reunión gay es en realidad una mercancía y, de igual manera, el consumo de mercancías asociadas a la identidad gay implica un costo que no todos los homosexuales pueden sufragar.
De esta manera, se ha generado un mercado “gay” que aprovecha la necesidad de este sector por ser reconocido socialmente; en materia de servicios, por ejemplo, sectores como el turístico han “descubierto” en la población homosexual un mercado potencial con alto poder de compra en cuyo caso, el homosexual es reconocido no como tal sino como consumidor.
Homofobia que agrede
Aunque finalmente toda expresión homofóbica es una agresión, en este rubro agrupamos a las conductas que se ejercen de manera directa y abierta contra la integridad física o psíquica de los homosexuales, lo cual incluye las distintas formas de violencia (verbal, física, sexual y sobre los bienes) ejercida por particulares, por aparatos gubernamentales (policíacos y militares) o mediante políticas sistemáticas de persecución o exterminio.
Aunque, en general, la relación entre homofobia y salud no ha sido suficientemente estudiada, los efectos de la homofobia que agrede son los que más se han documentado en forma de ansiedad, depresión y conducta suicida en homosexuales, particularmente en la adolescencia.
5. Homofobia, vulneración social y daños a la salud
Aunque el hecho de que los homosexuales se reconozcan a sí mismos como tales ayuda a la generación de una autovaloración menos negativa, al experimentar el rechazo social, lo interiorizan en diversos grados, resultando en autodevaluación, aislamiento social y frustración por no poder ser de otro modo. Estos son los efectos finales de un proceso social complejo en el que tiene lugar la construcción social de la homofobia; en términos prácticos estos elementos configuran la vulnerabilidad social en que los homosexuales experimentan su vida cotidiana.
La posición de los homosexuales en relación al capital cultural dominante es, en términos materiales, un espacio de vulnerabilidad hacia los daños a la salud que han sido identificados en el perfil que describimos en el apartado correspondiente. Esta vulnerabilidad constituida por estigmatización, rechazo, discriminación y, consecuentemente, aislamiento, devaluación personal y temor conforman un estado de distress que facilita la manifestación de los daños.
Esta asociación es más fácilmente comprensible para el caso de los daños a la salud mental. Los sentimientos de tristeza vulneran para la presencia de depresión, aislamiento y temor, mismos que vulneran para la manifestación de trastornos de la ansiedad; a su vez, la tristeza y la autodevaluación vulneran para la conducta suicida.
El distress por sí solo incrementa la vulnerabilidad para las infecciones sexualmente transmisibles, incluyendo el VIH. La presencia de los daños a la salud mental también vulneran a los homosexuales que en tales condiciones se protegen menos, facilitándose así la transmisión del VIH. Esto explicaría la alta prevalencia de VIH-SIDA en varones en edad productiva y que la modalidad más frecuente de transmisión sexual es la que se da en varones que tienen sexo con varones.
El aislamiento y la anormalización de la homosexualidad son expresiones de la homofobia que restringen la vida cotidiana de los homosexuales. En el caso del ejercicio de su sexualidad, estas circunstancias limitan las oportunidades y los espacios con que cuentan los homosexuales para expresar su sexualidad y satisfacer su deseo sexual.
De esta manera, en muchos casos, los homosexuales sostienen relaciones sexuales en contextos que favorecen la violencia, la coacción y la disminución de prácticas preventivas para las enfermedades de transmisión sexual. Los vínculos homosexuales que se establecen en contextos sociales intolerantes están matizados por la clandestinidad y la marginación; en este sentido, las relaciones sexuales frecuentemente se caracterizan por el anonimato y la escasa comunicación que reduce la negociación del tipo de prácticas (sexo seguro y/o sexo protegido).
La ansiedad y la depresión, combinadas con las circunstancias descritas favorecen vínculos susceptibles de la coacción en las relaciones sexuales, los homosexuales pueden sentirse presionados a realizar prácticas sexuales que no tenían previstas o que podrían haber rechazado y a las que finalmente accedieron para evitar el rechazo.
De igual manera, la clandestinidad favorece la violencia; los homosexuales pueden ser “enganchados” mediante la atracción sexual a mecanismos de extorsión, agresión física y homicidio. Esto explica los casos analizados por Definis Gojanovic (1998) en Croacia, donde tanto los homosexuales asesinados y los prostitutos que los ejecutaron tenían en común la experiencia de la marginación, como lo plantea Van Gemert (1994). En el fondo hay una reunión de condiciones de marginación y personas provenientes de la exclusión social en cuyo encuentro se intensifican la violencia y el ejercicio de la sexualidad en ámbitos de riesgo o que implican conductas delictivas, entre ellas el asesinato.
Es de resaltar que no se cuenta con estudios suficientes para determinar la frecuencia del homicidio por homofobia y ponderarla con la mortalidad en heterosexuales pero es un hecho que, en general, a los heterosexuales no se les asesina por su orientación sexual y en el caso de los homosexuales la orientación sexual puede ser la motivación principal.
La presente revisión pone de manifiesto la singularidad del patrón de enfermedad y muerte que muestra la población homosexual. Aunque la mayoría de los trabajos revisados se han realizado en territorios anglosajones, hay un número importante de estudios realizados en grupos étnicos y migrantes de estos países, como los de Wilson, Barney y Balsam, que demuestran el “entrecruzamiento” entre la orientación sexual y las condiciones de sexo, etnia y raza. De lo anterior sobresale la necesidad de estudiar los problemas de salud que enfrentan los homosexuales en América Latina y particularmente en México que siguen siendo escasos y que aportarían elementos no sólo de importancia sanitaria sino de relevancia teórica al permitir profundizar en las particularidades culturales y territoriales de la sexualidad.
La homofobia es un proceso social que se sustenta en la construcción social del género y en la reglamentación social de los usos del cuerpo para el placer sexual; es un proceso mediante el que se busca justificar, reproducir y mantener un orden social en el que la oposición binaria masculino/femenino y la heterosexualidad son los principios que regulan la conducta de los individuos y las relaciones que se establecen entre ellos. Podemos comprender a la homofobia como medio y como fin; como medio porque forma parte de los procesos de socialización a través de los cuales un individuo es integrado a un colectivo y como fin porque con ello se busca constituir un sujeto funcional al orden social.
La homofobia es una categoría que nos permite identificar el patrón de enfermedad y muerte que le es específico a la población homosexual y al articularla con las categorías de género y masculinidad nos permite comprender el proceso de determinación cultural de dicho patrón. El resultado más importante de este abordaje es que nos permite precisar las causas de fondo que generan esta desigualdad social ante la salud y, consecuentemente, plantear algunas líneas generales para combatirla.
Es necesario garantizar a la población homosexual el ejercicio de todos sus derechos, penalizar su restricción o intento de obstaculizarlos, establecer estatus jurídicos iguales que para la heterosexualidad y hacerlos explícitos en todas las legislaciones. Lo anterior es un conjunto de principios mínimos de la democracia cuyo cumplimiento incumbe a los ámbitos de representación social y política de cada sociedad, pero que, además, posibilita la modificación sustancial de los contextos en que homosexuales y heterosexuales se relacionan, éste es un sustrato indispensable para influir en la desigualdad en salud por orientación sexual.
En términos estrictamente sanitarios, la revisión presente sustenta la necesidad de generar programas de atención médica específicamente orientados a los homosexuales en función de sus problemáticas de salud más frecuentes, instrumentar políticas institucionales destinadas a la población general que desalienten los estereotipos devaluatorios de la homosexualidad. Los anteriores son apenas algunas de las medidas que deben formar parte de la agenda política, pero otras tendrían que estar dirigidas a disminuir la polarización de las identidades de género y sustituir el modelo dominante de masculinidad que genera homofobia. El resultado deberá ser la construcción de un contexto social donde la diferencia no signifique desigualdad.
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Notas
[1] Profesor Investigador de la Maestría en Medicina Social, Universidad Autónoma Metropolitana. Correo electrónico: jcosme@correo.xoc.uam.mx
[2] Asistente de Investigación del Área Estado y Servicios de Salud, Universidad Autónoma Metropolitana.
[3] Licenciado en Psicología, Diplomado en Sujeto del Lenguaje. Cultura y Lazo Social, Universidad Autónoma Metropolitana.
[4] Hay que tomar en cuenta que en lo que se refiere a heterosexualidad exclusiva, los mismos estudios de Kinsey reportaron porcentajes similares a la homosexualidad (5 al 10%).
[5] En una cartografía de la identidad y el comportamiento homosexual realizado por Almaguer (1995) se identifican sistemas de comportamiento sexual distintos, el europeo-norteamericano y el mexicano-latinoamericano que integran significados y códigos distintos que derivan en valoraciones diferentes hacia la homosexualidad y al grado de adscripción personal a esta identidad. Otros trabajos etnográficos también enfatizan la importancia de las construcciones culturales de la masculinidad históricamente específicas y su carácter local, el estudio de Gutmann (1996) en el oriente de la Ciudad de México ejemplifica esta premisa.
[6] Debido a la dificultad de identificar a la población homosexual, bisexual y lésbica, la mayoría de los estudios son realizados con muestras por conveniencia y no se puede asegurar la generalidad de los resultados reportados, sin embargo, tales evidencias ponen de manifiesto la magnitud de las desigualdades y la necesidad de conocer con más detalle los problemas de salud que enfrentan estos grupos sociales.
[7] En este caso respetamos textualmente los términos usados por los respectivos autores. No obstante, la antropología ha documentado que el término gay alude a la identidad cultural que asume un varón con orientación homosexual, lo cual implica un sentido de pertenencia a un colectivo y una toma de posición respecto al orden social dominante. Esta definición implica una diferencia sustancial entre homosexual y gay, aunque ambos términos hacen referencia a los varones con orientación homosexual, la diferencia radica en que hay varones que tienen sexo con otros varones y no se reconocen a sí mismos como homosexuales.
[8] Mientras que la identidad sexual se refiere al reconocimiento personal de saberse hombre o mujer; la identidad de género hace referencia a reconocerse, adecuarse y aceptarse lo que culturalmente se define como masculino o femenino. La orientación sexual alude a la dirección que toma el deseo sexual y al sexo del sujeto de deseo, se puede ser homosexual, bisexual o heterosexual. La correspondencia entre las categorías sexo-género-orientación sexual (varón-masculino-heterosexual o mujer-femenina-heterosexual) no son más que representaciones de modelos culturales dominantes con que se reglamenta la vida social y los usos del cuerpo; ya que las identidades anteriores pueden operar de manera independiente en un mismo individuo; por ejemplo, un hombre puede ser femenino y al mismo tiempo tener como sujeto de deseo a las mujeres (ser heterosexual) o ser el caso de una mujer con rasgos masculinos y desear tanto a varones como a mujeres (ser bisexual).
[9] Como se mencionó, el término gay alude a un homosexual con alto grado de adecuación y autoaceptación de su orientación sexual, así como una toma de posición frente al orden sexual dominante, atributo que lo diferencia del término homosexual, que alude exclusivamente a los individuos que orientan su deseo sexual a personas del mismo sexo independientemente de que se asuman o no como homosexuales. El término transgénero se refiere a individuos que en su apariencia o conducta asumen atributos que corresponden al género que contradice la supuesta correspondencia con su sexo. En estricto sentido, el travestí es un transgénero, pero en general, el travestí es una persona que disfruta utilizar ropa o formas de comunicación referentes al género que son considerados, por la sociedad en que se desenvuelve, como del otro sexo (Delfín, 1994). Por su parte el transexual es un individuo que presenta inadecuación entre su sexo biológico y su identidad sexual (González, 1994), es decir se trata de personas con identidad sexual de varones pero que tienen cuerpo de mujer y viceversa, una expresión que mejor explica esta inadecuación es la que frecuentemente mencionan los mismos transexuales: “un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer” o “una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”; en algunos de estos casos los transexuales buscan y logran transformar anatómicamente su cuerpo mediante procedimientos quirúrgicos y tratamiento hormonal para conseguir la adecuación necesaria entre su anatomía y su identidad sexual. Por lo tanto, un varón homosexual puede ser al mismo tiempo transgénero o travestí, pero también puede ser masculino; sin embargo no es transexual.
[10] En la mayoría de los casos, los regímenes jurídicos represivos coinciden con sistemas religiosos fuertemente conservadores pero destacan por su oposición a la homosexualidad la Iglesia Católica y el Islam.
[11] Nicaragua, Puerto Rico, Guyana, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Sudán, Etiopía, Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea, Sierra Leona, Liberia, Benin, Camerún, Angola, Zwazilandia, Malawi, Burundi, Namibia, Botswana, Zambia, Simbawe, Tanzania, Mozambique, Uganda, Kenia, Somalia, Arabia Saudita, Yemen, Siria, Irán, Kuwait, Armenia, Uzbekistán, Afganistán, Pakistán, India, Sri Lanka, Nepal, Bután, Myanmar, Bangladesh, Malasia, Brunei y Nueva Guinea.
[12] No hay que perder de vista que el tratamiento jurídico puede no corresponderse con el tratamiento social, es posible que no se penalice la homosexualidad e incluso leyes contra la discriminación por orientación sexual pero prevalecer una extrema violencia hacia los homosexuales como es el caso de Brasil.